Refugiados afganos recobran la sensación de libertad con el snowboard en Francia

Musawer y Nasima subían a pie por las montañas de Afganistán para luego lanzarse en snowboard, embriagados de libertad. Con el regreso de los talibanes, que condenan este deporte como una práctica “occidental”, su pasión se transformó en su tabla de salvación.
“El snowboard fue para mí una razón para sobrevivir”, confiesa a AFP Musawer Khanzai, refugiado desde hace dos años en Francia después de haber “perdido todo” en su tierra natal.
Khanzai creció en Kabul. Tenía 18 años cuando las tropas extranjeras, lideradas por Estados Unidos, se retiraron del país en agosto de 2021 dejando a los talibanes –expulsados en 2001– el camino libre para gobernar nuevamente.
En ese momento, el adolescente formaba parte de un pequeño círculo de “riders” de snowboard afganos, el único grupo del país, formado por una veintena de aficionados a este deporte extremo.
Aunque Afganistán tiene una geografía marcada por las montañas, con la imponente cordillera de Hindú Kush y sus cimas de más de 6.000 metros, no hay infraestructuras ni estaciones para practicar deportes de nieve.
Los jóvenes subían a pie las pendientes nevadas para lanzarse en sus tablas y, a falta de instructores, aprendían viendo videos en YouTube, explica Khanzai.
Antes del regreso al poder de los talibanes, el snowboard les ofrecía un respiro en un país inestable y violento.
“El deporte siempre estuvo al servicio de la paz, no de la guerra”, destaca el joven.
“A pesar de su bajo nivel, estaban llenos de esperanza”, recuerda el francés Victor Daviet, un profesional del snowboard de 35 años.
Daviet y los “riders” afganos se conocieron un día en una competición internacional en Pakistán.
Gracias a él y a su asociación “Snowboarders of solidarity” pudieron huir de su país y siete de ellos lograron una visa para Francia en 2022.
Una “aventura loca”, resume el deportista francés que movió cielo y tierra durante un año y tocó a muchas puertas para poner en marcha los innumerables trámites administrativos.
“Tuvimos muchísima suerte. Es casi un milagro”, cuenta Daviet, que los acogió a su llegada y ahora los considera como sus “hermanos y hermanas”.
“Gran libertad”
En Afganistán recibieron amenazas de muerte por el simple hecho de practicar esta actividad “occidental”, y mucho más por hacerlo en un equipo mixto.
“A los talibanes no les gusta que chicas y chicos practiquen deporte juntos”, explica Nasima Zirak, de 23 años.

Al igual que Musawer, esta joven de cabello negro reside ahora en Annecy, al pie de las Alpes, y habla francés con fluidez. Él trabaja en un comercio y ella estudia diseño gráfico. Ambos están integrados en Francia.
“Trabajo y hago deporte”, relata Nasima. La “gran libertad”, según ella, que sería impensable hoy en día en Afganistán, donde el gobierno de los talibanes impone duras restricciones a las mujeres.
Ambos nunca pierden la oportunidad de ir a surfear en las estaciones de esquí cercanas.
La familia de Nasima sigue en Kabul pero la de Musawer se vio obligada a huir a Pakistán. “Están allá por mi culpa”, dice, ya que los talibanes amenazaron con hacerles daño si no lograban capturarlo.
“Estoy contento de estar aquí y de haberme salvado. Pero no soy completamente feliz. Mi país vive una situación muy complicada y mi pueblo sufre mientras nosotros hablamos”, admite.
Algunos de sus amigos afganos se clasificaron para los Juegos Asiáticos de Invierno, que se celebrarán en febrero en Harbin, China. También son varios los que alimentan la ambición de integrar el equipo de refugiados en los Juegos Olímpicos de Invierno de 2026, en Italia.
Pero para Musawer esto no es una prioridad, él solo quiere reconstruir su vida y ayudar a sus seres queridos.
 

Source
Agencia

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